Este “medicamento milagroso”, siempre ha estado rodeado de
polémica, pero los resultados se imponen y el Botox hoy por hoy es uno de
los tratamientos más efectivos y seguros para tratar los rastros del
envejecimiento.
El Botox (toxina botulínica tipo A), fármaco que actúa
relajando temporalmente los músculos, es la toxina más potente de las siete que
se derivan de la bacteria clostridium botulinum. La toxina botulínica, bloquea
la transmisión del impulso nervioso a nivel del músculo. Esto produce su
debilitamiento e interfiere por lo tanto con su contracción. De esta manera, al
estar el músculo en reposo, la piel que lo cubre se relaja y las líneas de
expresión se van suavizando y disminuyendo progresivamente.
El uso cosmético de la toxina botulínica tipo A en las arrugas
fue inicialmente documentado en 1989 por el Dr Richard Clark en Sacramento,
California. Los doctores Carruthers fueron los primeros en publicar un estudio
del uso de la toxina botulínica en las arrugas de entrecejo en 1992. Después de
múltiples estudios científicos y publicación de ensayos clínicos, el Botox fue
aprobado por la FDA para su uso cosmético en el año 2002.
La toxina botulínica Botox® se aplica en los músculos de la
frente, el entrecejo y la "pata de gallina" con mayor frecuencia.
También puede ser aplicado en el cuello y el mentón. También es útil en
el tratamiento de la hiperhidrosis axilar.
El Botox, también es utilizado en el tratamiento de distonías
focales (blefarospasmo, espasmo hemifacial, distonía cervical, distonía
oromandibular, distonía laríngea o disfonía espasmódica), espasticidad en
pacientes con parálisis cerebral, migraña e incontinencia urinaria.
La clave de su éxito es sencilla: es un procedimiento
mínimamente invasivo que logra resultados antiarrugas probados, y en manos
expertas puede definirse como el rey anti-edad.
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